\r\n Esa pieza de orfebrería, identificadora del ser cubano, que el repentismo, es una alhaja que muchos saben apreciar en toda su franca belleza. Son decenas y decenas de hombres y mujeres de todas las edades y colores los que en cada tramo de esta tierra se identifican con los brillos improvisados de la décima cantada, de tonadas, del punto cubano, al calor de las controversias y las presiones rimadas de un pie forzado. Y se reconoce a sus cultores más emblemáticos y se aplaude a los retoñitos libres y limpios que aprenden los secretos de esas expresiones. No he dicho hasta ahora nada que no sepa aquí hasta el más despistado.
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\r\n Pero lo que no sabe mucha gente es lo que pasó una noche, cerca de la finca El Gallito. Cuentan que Tomás Aguirre, vecino de por allá, estaba en una canturía en casa de Pepe Abreu. Aquello, inmejorable, porque había unos cuantos buenos poetas con unas energías y una inspiración de las que no se ven todos los días. Tomás andaba a sus anchas, en plena fiesta guajira, con comidas y rones y mucha competencia de ingenio de estrofas y música. Que ni para cuándo acabar tenía la felicidad de Tomás Aguirre, sin embargo, se sabe que nada es eterno, así que, como a las dos de la madrugada, Tomás tuvo que poner fin a la juerga y con dolor de su alma se marchó a pesar de que todavía había ganas de seguir cantando y de hecho, muchos lo hacían con tremendas fuerzas.
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\r\n Más información: Consejo Nacional de Patrimonio Cultural
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