¿Quién no recuerda haber sido perseguido por el famoso Diablo, la Bruja, la Muerte o la Copetona? Precisamente, la mascarada costarricense constituye una de las tradiciones más queridas y arraigadas entre los ticos.
Al respecto, la historiadora Sonia Gómez Vargas del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio (CICPC), expresó: “Tradicionalmente la mascarada está asociada con las fiestas -fiestas populares, el turno en los pueblos, ferias escolares, fiestas para recaudar fondos con algún fin específico, entre otras-; entonces, es una actividad que nos remite a un ambiente festivo, a un momento agradable, divertido y principalmente nos refiere a la niñez, ya sea por susto o por diversión. Los chiquillos son los que más se impactan con lo que comúnmente hemos llamado ‘los payasos’; además, la salida de estos y su recorrido por las principales calles del pueblo, casi siempre está asociado a la música de la cimarrona, a las bombetas, los bailes y las comidas tradicionales; todo esto junto crea un ambiente de placer, regocijo y algarabía que hace, creo yo, que esta se constituya en una de las tradiciones más queridas de los costarricenses”.
En Costa Rica, aún existen artesanos que utilizan la técnica tradicional para la elaboración de estas llamativas y distintivas máscaras las cuales han sido motivo de reconocimiento en el ámbito nacional declarando desde 1996, a cada 31 de Octubre como el “Día de la Mascarada Tradicional Costarricense”.
Más información: Ministerio de Cultura y Juventud