Las ciudades siempre han sido centros de poder, atracción y prosperidad. Pero la urbanización descontrolada que ha tenido lugar en las últimas décadas pone en peligro su función histórica de crisoles de culturas. A medida que aumenta la población, las ciudades se deshumanizan: violencia, desigualdad, discriminación… Mientras más crecen, mayores dimensiones adquieren esos males que las asedian.
Pero al tiempo que se deshumanizan, las ciudades se renuevan. Del ingenio para buscarse la vida en Kinsasa (RDC) a los grandes proyectos nacionales de rehabilitación de urbes monoindustriales en Rusia; de la iniciativa personal de un galerista que sacó de su somnolencia a la pequeña villa de Erriadh (Túnez) a la movilización de masas contra la apropiación autoritaria del espacio público en Varsovia (Polonia); de los movimientos de solidaridad con los migrantes que operan en Londres (Reino Unido) a las sinergias que hacen revivir el casco antiguo de La Habana (Cuba), surgen y se organizan fuerzas creadoras que dan a la vida urbana nuevo sentidos y perspectivas inéditas. Cabe pensar que se trata de “minúsculas resistencias”, para usar la expresión del escritor francés Thomas B. Reverdy, pero son esas mínimas fuerzas las que marcan la diferencia.
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